jueves, 10 de febrero de 2011

Yo te recuerdo, porque nunca te olvidé.

Habían pasado meses desde que no nos teníamos frente a frente, así que estaba nerviosa... no sabía qué iba a sentir en ese momento; pero la hora avanzaba y eran ya las 4 de la tarde.
Salí de mi casa, caminé una cuadra y tomé un taxi.

- ¿A dónde señorita?

- A Huacachina, por favor.

El trayecto se me hizo eterno, empezaba a sentir esas nauseas tan extrañas que te sacan una sonrisa y te aceleran el corazón de una manera insospechable. Respiré y traté de calmarme, pero era imposible hacer el intento de controlar todo lo que sentía en ese instante. Miraba por la ventana el paisaje y definitivamente lo vi con otros ojos, era la primera vez en tantos años que lo veía perfecto.

Pagué, bajé del carro y me dieron inesperadas ganas de correr, me dejé llevar un poco así que corrí.

Me detuve, me reí, respiré y caminé pausadamente ("como si no pasara nada").

Entonces lo identifiqué de lejos; parecía un extranjero y desde que lo conozco jamás lo había visto tan atrayente, suspiré... como hace mucho tiempo no lo hacía. Su piel estaba bronceada y contrastaba perfectamente con su cabello castaño claro, llevaba un polo blanco y un pantalón maíz oscuro, tenía la apariencia de haber recorrido todo el mundo para llegar hasta ahí.

Disfruté de ese momento con otro suspiro más, giré mi cabeza en dirección a la laguna, seguí caminando e hice como si no lo hubiese visto; sabía que era el momento para que él me mirara, sentí su mirada y le leí la mente... estaba pensando igual que yo.

Miré de frente y nuestros ojos se encontraron, sonreí y él me devolvió la sonrisa.

Me dieron ganas de correr otra vez, así que hice como si fuese a toser pero en realidad me reí. Llegué, él se paró y me saludó con un beso en la mejilla, nos sentamos en la banca que está al frente de la biblioteca.

- ¿Cómo estás? - Dijimos al mismo tiempo, sonriendo.

Nos preguntamos todo lo que no nos preguntamos en tantos meses, evitando el tema "nosotros", hablamos de cómo había sido la vida de él y como había sido la mía en esos 122 días. Fuimos por un helado, le gané en pagar mientras él seguía preguntando cuánto era; no sabíamos en dónde sentarnos así que él me preguntó:

- ¿Arriba o abajo?

Entonces los dos nos sonrojamos, nos dimos cuenta de nuestra reacción y mientras aguantaba la risa respondí:

- A-Abajo.

Nos sentamos en unas gradas que estaban frente a la laguna, estábamos rodeados de jardín, caímos en cuenta que los dos habíamos cambiado mucho, reímos y decidimos pasear en un bote que tenía techito con la condición de que él remara.

Y quedamos atrapados en medio de las plantas.

Salimos de nuestra enredadera y llegamos al centro de la laguna.

- ¿Por qué aceptaste salir conmigo?- me preguntó.

- No lo sé... -respondí, nerviosa- ¿Por qué me invitaste a salir?

- No sé, pensé que ibas a decirme que no.

- Yo también pensé eso.

Y por milésima vez nos miramos y por milésima vez sonreímos, a pesar de que con dolor algo me decía que ya  no era lo mismo.

Dejó los remos y se sentó a mi costado, nuestras manos chocaron de casualidad y mi corazón empezó a latir de forma desesperada... como de costumbre, el miedo. Me abrazó, yo quedé estática mientras una lágrima caía, él besó mi mejilla, yo respiraba agitadamente, él me arropó con sus brazos entonces volví a tener 15 años, volví a sentirme frágil y feliz... y de una manera oculta infinita y definitivamente infeliz.

Besó mi hombro y yo sonreí mientras trataba de esconder esa lagrimita.

- Eres lo mejor que pasó en la vida... y siempre... siempre te voy a estar agradecido por eso- dijo, yo me quedé callada y lo miré... no sabía cómo explicarle que él no fue la mejor de la mía.

Sacó su billetera y me dijo que tenía un pañuelo, pero sacó un regalo que definitivamente yo no me esperaba... un anillo. Había esperado exactamente un año por ese anillo, era un regalo que consistía en dos partes: la primera era un anillo en forma de corazón con algo faltante en el centro que él había decidido dármelo en mi cumpleaños del año pasado, cuando yo cumplía 16; la segunda parte era otro anillo con un diamante el cual era la parte faltante en el centro del primer anillo y tras tanto tiempo de intriga y terror por fin estaba en mi anular izquierdo. Recordé entonces que jamás le dije que yo no me quería casar con nadie, pero era y hasta este momento es así, pero preferí quedarme callada mientras él recordaba aquella promesa incumplida que hizo y sólo me quedó mirar a esos irreprochables ojos color caramelo que tienen la inexplicable capacidad de recordarme todo, pero rotundamente todo lo nuestro y de hacer que mi corazón vaya a mil latidos por minuto y que se detenga al mismo tiempo, no de amor si no quizás de miedo.

El bote llegó sin querer a la orilla y él tuvo que sentarse a remar otra vez.

- No... no quiero - dije mirándolo a los ojos.

- Yo tampoco, pero tengo que seguir remando- me contestó con dulzura, me había entendido mal, pero en el fondo quizás quería intentarlo una vez más, así que le hice caso a ese sentimiento fugaz.

- Pero he esperado 4 meses y ahora que te tengo acá, no puedo dejar que remes solo.

Él empezó a comparar ese bote con todo lo que habíamos pasado juntos, empezó hipócritamente a decir que uno de los dos podía seguir viendo cómo el otro remaba mientras que el otro tenía que remar y remar, uno de los dos podía esperar con amor mientras que el otro luchaba con el mismo ingrediente... era ridículo porque fui yo la única que había visto, remado, luchado y esperado SOLA... pero en ese momento él comprendió que lo mejor era "remar uno al lado del otro". Besé su frente, como tantas veces él lo había hecho y me senté a su lado a hacer algo que jamás en mi vida pensé hacer: remar.

Y no era fácil.

Aveces nuestras manos chocaban suavemente, pero había veces en las que también nos golpeábamos sin querer... me cansaba, y no recordaba la razón exacta por la que habíamos decidido subirnos al botecito, pero más que eso no recordaba la razón por la que habíamos decidido remar juntos.


La hora avanzaba... yo tenía que irme y francamente me moría por irme ya; ambos sabíamos que llegar a la orilla, caminar unos cuantos pasos y tomar un taxi nos regresaría al mundo al que estábamos acostumbrados a estar... un mundo en el que estaba terminantemente prohibido recordarnos el uno al otro, un mundo en el que el amor sólo existe en las películas, en los libros y que nada tienen que ver con el mundo real, un mundo en el que teníamos que hacer como si nada de esto hubiese pasado.

Y así fue.

Llegamos a la orilla, caminamos unos cuantos pasos, tomamos un taxi y yo lo abracé muy muy muy fuerte porque sé que en algún momento hice el gesto de abrazarlo con un amor inimaginable, aunque en ese momento no sentí eso; él me abrazó, me dio un beso en la mejilla y otro en el hombro. No hablamos sobre alguna fecha concreta ni tampoco de un lugar, porque sé que como siempre... volverá.

Me acompañó hasta una cuadra antes del lugar en el que iba a encontrarme con mis amigos, nos despedimos tal y como nos habíamos saludado, caminamos sin mirar atrás porque no había razón exacta para hacerlo.

Al día siguiente desperté asustada, porque había tenido tantas pesadillas muchas veces con él que no me sorprendería si todo lo que hubiese pasado era sólo eso... un sueño. No había ninguna prueba concreta que me haga saber que todo había sido real, no... sí había una prueba y mi anular izquierdo la tenía, la tiene y sé que no la tendrá por mucho tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario